¿Es posible que la conducta de los niños y las niñas tenga que ver con la iluminación que hay dentro del salón de clases?
Actualmente existen muchas teorías sobre las razones por las cuales los niños son inquietos dentro de los salones de clases, algunas de ellas se relacionan con diagnósticos médicos, el tipo de alimentación que llevan, la falta de educación y libertad corporal, la soledad a la que están expuestos, entre muchas otras. La lista y las investigaciones siguen, pero muy poca es la información y el interés hacia la arquitectura y el ambiente físico del salón de clases y sobre cómo esto influye en el carácter y bienestar de los y las estudiantes.
La arquitectura de las escuelas está estratégicamente pensada y diseñada como un centro penitenciario, con la finalidad de poder vigilar y controlar a los educandos. ¿Qué pasa entonces con la iluminación? ¿Se piensa y analiza con el mismo cuidado? ¿O solo se trata de poner una lámpara sobre las mesas? ¿Se piensa en las repercusiones que puede tener en los niños y las niñas? En pleno siglo XXI pareciera que las escuelas cuentan con la misma iluminación que tenían en sus inicios. Si los planes, programas, estrategias y la pedagogía cambian, ¿por qué no lo hace también la infraestructura?
Reconstruir una escuela sería sumamente costoso y complicado, pero cambiar el diseño de iluminación seria mucho mas fácil, eficiente y benéfico.
Durante 5 años tuve la oportunidad de trabajar como maestra con niños y niñas de diferentes edades y características, en escuelas primarias en distintas zonas de la Ciudad de México. Lo anterior me permitió ser testigo de los cambios de ánimo de los estudiantes durante el transcurso del día y en diferentes espacios de la escuela, llámense bibliotecas, salón de clases y patio escolar.
Al iniciar el día los niños y las niñas llegaban al salón con diferentes estados de ánimo, unos aún con sueño, otros corriendo y preocupados por la hora que era y otros tantos emocionados por ver a sus amigos y amigas para reír y jugar con ellos. Eran minutos bellos y tranquilos que se disfrutaban, pero todo cambiaba cuando decidíamos empezar las clases y encender las luces fluorescentes, ese era un momento clave. En el momento en que le pedía a los niños que sacaran sus cuadernos para comenzar a trabajar, yo prendía las luces; en cuanto los tubos fluorescentes emitían luz los niños y las niñas comenzaban a hablar más fuerte hasta que llegaba el momento en que comenzaban a gritar, a correr, a aventar sus cuadernos, el salón se volvía una locura.
Lo anterior podría o no sorprendernos, pero hay investigaciones que refieren a la luz artificial, en especial con una temperatura de 6 500K —que es con la que la mayoría de las escuelas públicas y particulares están equipadas— como un potenciador en nuestro cuerpo y en nuestro ritmo.
En el articulo Why light is a drug?, se habla sobre estudios que demuestran que pacientes en hospitales con cuartos más soleados presentan menos estrés, incluso menos dolor, a diferencia de los que se encuentran expuestos a la luz azul artificial. ¿No será entonces que la luz azul es la que mantiene estresados e inquietos a nuestros niños y a nuestras niñas en los salones de clases? ¿No será entonces necesario que las autoridades correspondientes pongan atención en la forma cómo influye la luz en los seres humanos antes de continuar expandiendo los horarios escolares? Este último punto es sumamente importante y grave, porque si continuamos sin poner atención en el estrés que genera la luz, estamos hablando de que estamos sometiendo a un gran estrés y malestar corporal a los alumnos, ¿como esperamos mejorar su rendimiento si tienen malestar físico? Por poner un ejemplo, sería como estar creando un problema que nos traerá futuros adolescentes y adultos con problemas de sueño, ya que la exposición a este tipo de luz —de manera indiferente sin análisis ni regulación—, suprime la secreción de melatonina, hormona encargada de avísanos que es hora de dormir.
En una ocasión le pedí al grupo que comenzara una actividad en equipo, cuando les di la instrucción de comenzar a trabajar en sus equipos, me coloqué en la puerta para observar el desarrollo del trabajo del grupo. Me di cuenta de que los niños se encontraban muy inquietos, gritaban y corrían dentro del salón de clases, algo que ha comenzado a parecer “normal”; mientras los observaba me percaté de la luz que entraba a través de los grandes ventanales, fue entonces que decidí apagar las luces artificiales que me parecían innecesarias. En el momento en que apagué las luces, los niños se quedaron en silencio, me voltearon a ver y me preguntaron: ¿se fue la luz?, a lo que contesté:
—No, pero la luz del sol que entra por las ventanas me parece que es suficiente para trabajar, ¿que opinan ustedes?
La mayoría respondió que sí y volvieron a su trabajo más tranquilos, ya sin gritos.
Es sumamente importante tomar en cuenta el tipo de luz para cada proyecto, porque iluminar no se trata solo de poner un foco, es todo un proyecto que requiere tiempo y análisis.
Luis Porter en su libro Entrada al diseño refiere que el diseño de los espacios debe satisfacer los deseos y necesidades de la gente que convive en una sociedad democrática, a lo que yo agregaría que: esto es necesario y además puede ser una realidad no tan compleja si pensamos la iluminación como parte esencial de cada espacio y proyecto, conociendo las necesidades especificas de cada lugar y sobre todo tomando en cuenta a las personas que lo van a ocupar.
SOBRE LA AUTORA
Janeth González es alumna de la Especialidad en Iluminación de Interiores de CENTRO de Diseño, Cine y Televisión.
Este artículo fue publicado originalmente en ilufex.com