Si sigues desde hace tiempo a lightroom.lighting, sabrás que una de nuestras frases favoritas es «se llama lámpara, no foco». Al igual que cualquier otra persona ajena al diseño de iluminación, antes de mi llegada a este blog, para mí la luz se trataba de poner un «foco» y listo. Así, uno de mis primeros grandes descubrimientos fue que el foco se llama lámpara y la lámpara, luminario.
Entonces, ¿por qué le hemos llamado foco por tanto tiempo?
Retrocedamos en el tiempo. Al descubrirse la electricidad, varias personas observaron que entre las múltiples reacciones que ocurrían con el movimiento de electrones a través de la corriente eléctrica, se podía producir luz. El arco eléctrico, inventado por la ingeniera británica Hertha Ayrton, fue el primer dispositivo que funcionaba bajo este principio y era utilizado principalmente en alumbrado público. Sin embargo, este sistema generaba descargas eléctricas poco uniformes, chasquidos y humo, por lo que no había una forma clara y segura de llevar esa energía al entorno doméstico.
Con la misma idea de tener dos electrodos en tensión por los que pasa la corriente eléctrica para generar luz, Joseph Swan y Thomas Alva Edison trabajaron en sus propias investigaciones para generar un dispositivo más seguro y práctico que utilizaba filamentos de carbono. Por su parte, Edison hizo múltiples pruebas carbonizando más de 2000 fibras naturales, entre ellas, pelos de barba humana, los cuales no dieron buenos resultados.
En Reino Unido, Joseph Swan tuvo más suerte al experimentar carbonizando un filamento de algodón. Gracias al fuerte calor que se producía, este filamento daba una hermosa y brillante luz cálida, pero al ser tan fino se incendiaba fácilmente al estar en contacto con el oxígeno del ambiente. Así, Swan utilizó una cubierta de vidrio que selló al vacío utilizando gas de argón para extraer todo el oxígeno en su interior y dio como resultado la bombilla eléctrica o lámpara incandescente. Swan obtuvo la patente británica en 1879, un año antes de que Edison la obtuviera en Estados Unidos de América.
Tan solo un año más tarde, en 1880, la bombilla de Swan permitió que la luz eléctrica iluminara por primera vez una casa completa, la mansión Cragside en Northumberland, Reino Unido, donde se utilizaron cerca de 37 bombillas.
Desde entonces, esta tecnología fue un boom que permitió el desarrollo de muchas otras innovaciones, entre ellas, las válvulas utilizadas en los primeros dispositivos de radio y TV, que a su vez dieron origen a los transistores. Después, comenzó a utilizarse el silicio como semiconductor capaz de conectar miles de millones de transistores microscópicos, dando como resultado el chip, y con él, la era de la computación. Además, los semiconductores también funcionan como emisores de fotones, que dependiendo del material del que estén hechos, pueden emitir luz azul, roja o verde. Y, como podrás imaginar, así es como nació la tecnología LED que hoy vemos en infinitas fuentes de luz, entre ellas, la bombilla LED.
¿Quién diría que la lámpara incandescente crearía a su propio sucesor?
Volviendo al tema de «lámpara, no foco», podrás notar que a lo largo de la historia no encontramos un momento en el que este dispositivo fuera nombrado de esta manera. En física, específicamente en óptica, un foco es el punto en el que convergen los rayos de luz sobre un objeto. Tomando en cuenta que el «foco» es una fuente de luz que emite los rayos que tocan a los objetos y gracias a los cuales podemos verlos, probablemente esta sea la razón por la que se utilizó el término para referirse de manera coloquial a la lámpara o bombilla.
Lejos de pretender corregir el lenguaje o ser la policía de los términos lumínicos, en lightroom.lighting nos emociona la fascinante historia que hay detrás de ese objeto tan cotidiano que nos ilumina todos los días.
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Hablemos de las cosas de luz que siempre usamos, pero rara vez entendemos. En esta columna mensual, Ari Rodríguez nos cuenta datos curiosos de los objetos lumínicos que nos rodean todos los días.