La penumbra y la oscuridad también nos permiten apreciar el valor de la luz en nuestras actividades cotidianas y en nuestras emociones.
En las noches cuando se va la luz en casa, – frase que usamos en México cuando falla el servicio de electricidad– ese cómodo espacio que era cálido y apacible, se puede convertir en una caverna oscura donde perdemos la orientación y no tenemos clara la ubicación de los objetos que obstruyen nuestro camino. Deben pasar algunos segundos antes de que nuestros ojos se acostumbren a esos bajos niveles de iluminación y, si tenemos suerte, la luz de la luna logrará colarse a través de alguna ventana haciendo menos complicado el momento.
Las personas solemos suspender lo que estemos haciendo cuando la oscuridad nos sorprende y se vuelve más evidente que utilizamos la luz para realizar la mayoría de nuestras actividades diarias.
En el momento en que las velas se encienden, el espacio se percibe de forma diferente. La combustión de la mecha y la cera produce una luz con un tono cálido muy particular que puede sentirse un tanto débil cuando el espacio es amplio. Entre más lejanas sean las superficies iluminadas, menos luz llega a ellas. Así se crea una zona iluminada muy definida, lo que otorga una sensación de intimidad. Como si hubiese una zona confortable alrededor de la vela, aislada del resto del mundo. Si vamos encendiendo más velas, poco a poco esa área se abre hasta que todo el lugar queda al descubierto.
Estamos acostumbrados a tener nuestras lámparas en una posición invariable, aun cuando se trate de luminarios de mesa o de pie, generalmente ocupan siempre el mismo lugar. Así, cuando encendemos una vela y la colocamos en una ubicación diferente a la de nuestros luminarios estáticos, las sombras de los objetos aparecen en sitios totalmente distintos. Las siluetas de los muebles que habitualmente vemos proyectadas en el piso se alargarán hasta alcanzar los muros, a veces sentiremos que hay algo raro en ellas sin saber con certeza qué es.
Después de un rato regresará la luz. La electricidad volverá a hacer contacto con lámparas y luminarios e irrumpirá en ese momento de quietud y la luz eléctrica nos empujará a regresar a la rutina de cada día. Algunos, sentimos que a veces nos faltan esos momentos de oscuridad, pero creo que hay más gente que solo los deja pasar sin extrañarlos ni pensar más en ellos.
Lo interesante es que esos momentos también nos dan la oportunidad de descubrir la forma en que los cambios que tiene la luz influyen en nuestras actividades, aun en el mismo espacio. Podemos pensar en esos tres momentos, esas tres escenas – la oscuridad, la media luz de las velas y la fuerte intensidad de la luz eléctrica – para darnos cuenta de que la luz no solo tiene la capacidad de cambiar nuestra percepción del espacio, sino que también puede limitar la forma en cómo lo utilizamos.
Más interesante aún es darse cuenta de que, si somos capaces de manipular la luz, también somos capaces de manipular las emociones que habitan los espacios que diseñamos.