Una mañana desperté y me dí cuenta de era el décimo aniversario de mi inmersión total, absoluta y sin retorno en el mundo de la iluminación. Esa tarde lo comenté con HM, un compañero de inmersión y brindamos por ello.
Un, más que muy querido profesor, RRdT, suele decir que 10 años son los que se necesitan para aprender a diseñar…. En mi caso, lo que si he obtenido tras este tiempo es una certeza: No es posible iluminar sin amar la arquitectura y su espacio, sin mirarlo con ojos de enamorado. Y qué mejor que estos días, para hablar de esta historia de amor: la de la Luz y la Arquitectura.
Más allá de la belleza fría, mecánica y uniforme, lo que graba nuestra memoria y evoca constantemente, son pequeños detalles, que nuestro cerebro aprende a observar en el ser amado: unos labios a media sonrisa, la curva del pelo al caer sobre un hombro, la postura al sentarse o un perfume: mínimos fragmentos de belleza que tal vez habían permanecido sin ser descubiertos hasta que alguien reparó en ellos.
Esa forma de mirar y sentir es la misma que requiere la iluminación, y que demanda la arquitectura…
Una mirada que descubra cada detalle del espacio a iluminar para resaltarlo: Observar el juego de volúmenes de los cuerpos geométricos, las texturas que acarician las superficies, analizar las circulaciones que se entrelazan, escuchar el ritmo tras el despiece de los materiales constructivos y comprender que la iluminación es “una” con la arquitectura, que debe ayudar a vivir un espacio y generar sensaciones que colmen los sentidos, o que calmen nuestra mente: como toda relación, tiene sus tiempos.
Así, como en la gran pantalla, también encontramos en la arquitectura algunos grandes romances para la eternidad: como el de la luz natural y el color que baña la arquitectura de Luis Barragán. El maestro de los volúmenes negativos y las aperturas que juegan con la magia de los rayos de luz incidiendo en las superficies y explotando en colores que dan vida al espacio.
Algunos, tan diferentes entre sí, como los claro-oscuros de Tadao Ando y su semántica en comparación con los planos limpios de Alvaro de Siza que transforman la rotundidad del hormigón en la liviandad de un cielo iluminado.
Nos encontramos con algunas relaciones únicas, excepcionales y efímeras, como la luz de Olafur Eliasson alterando la consistencia y el estado natural de los materiales, volviendo sólido lo gaseoso.
Descubrimos desde las manifestaciones menos pudorosas de la luz artificial como elemento transformador, que rompe barreras aportando continuidad y fluidez, proyectando el espacio interior hacia el exterior, como ocurre en el binomio Richard Kelly – Mies Van der Rohe , o aquellas otras manifestaciones más introspectivas y expresionistas de un luz integrada en los paramentos convirtiéndolos en fachadas interiores y volteando su arquitectura, como ocurre en el espacio del Radio City Hall de Edward Durrel Stone – Donald Deksey.
La luz puede poner de manifiesto la virtualidad de la arquitectura de Toyo Ito (como en la Torre de los Vientos o la Mediateca de Sendai) llegando a desdibujar la realidad, o incluso transformándose en mensaje a través de las imágenes proyectadas.
Un sinfín de grandes historias de amor entre Arquitectura y Luz que continuamos descubriendo….Gracias a todos esos amantes, que un día decidieron cortejar y madurar la Arquitectura a través de la luz.