Ser diseñador de iluminación está de moda: es arte y ciencia, es estética y funcionalidad. Desde que los años cincuenta en que Richard Kelly revolucionó la percepción arquitectónica con sus proyectos de iluminación, basados en los conceptos: Luz para ver, Luz para mirar y Luz para contemplar esta profesión ha ido cobrando cada vez más relevancia.
Pero, ¿qué hace exactamente un buen diseñador de Iluminación?
Aporta magia: maximiza la intención del arquitecto y minimiza los defectos. Un diseñador de iluminación participa en proyectos dónde es necesario realzar el carácter del espacio ya sea interior o exterior.
Sin embargo, poca gente es consciente de los daños reales que puede ocasionar una mala iluminación y que van más allá de los aspectos cuantitativos del proyecto y los cálculos de ingeniería eléctrica realizados para cumplir con las normas: niveles de iluminación y eficiencia energética.
Cuando hablamos de “la buena iluminación” hablamos de tener presente que, en un espacio de trabajo la falta de uniformidad genera fatiga ocular y también fatiga mental. Es imprescindible aportar a un espacio la temperatura de color idónea para acompañar la vivencia esperada.
Por ello es importante contemplar ciertos aspectos a la hora de planificar la iluminación, tales como la edad de las personas que van a vivir en ese espacio, siendo conscientes de cómo difiere la percepción del ser humano a lo largo de su vida pues un adulto necesita mucha más iluminación que un niño o un joven para poder ver adecuadamente.
“La buena iluminación” intenta ocultar los puntos de luz para que su posición no sea obvia; también busca la eficiencia de los equipos instalados y contempla el objeto o espacio a iluminar para potenciar su esencia y evita instalaciones agresivas o manipulaciones inadecuadas tal como ocurre en el caso de fachadas y espacios protegidos.
Tiene en cuenta la naturaleza, evitando la contaminación lumínica que oculta los cielos estrellados y desorienta a animales como aves o tortugas.
Debemos ser conscientes de que iluminar con una tecnología inadecuada puede generar graves accidentes, como ocurre al emplear determinado tipo de fluorescencia o lámparas de descarga en una industria, pudiendo llegar a generar el temido efecto estroboscópico, provocado por un parpadeo, aparentemente imperceptible para el ojo humano pero que puede hacer que un objeto que gira a cierta velocidad nos parezca estático dando lugar a accidentes realmente graves para los operadores.
También podemos ocasionar daños en obras de arte debido a una mala conservación por una alta exposición a emisiones ultravioleta, o un aumento de la temperatura del ambiente.
Existen riesgos muy graves como los daños en el desarrollo oftalmológico de un bebé si en etapas muy tempranas lo exponemos a emisiones de luz artificial directa por mucho tiempo de la misma manera que ocurre en salas de lactantes de hospitales o en las guarderías.
Por todo esto es muy importante que los proyectos se conciban desde el inicio teniendo en cuenta la incorporación de los sistemas de luz artificial y natural que van a coexistir en ese espacio, y para ello es imprescindible contar con un equipo multidisciplinario que incorpore la figura del diseñador de iluminación.
La realidad es que la única manera para lograr que esto sea así, es respondiendo a la exigencia por parte de los usuarios y consumidores.
¿Y cómo logramos esta conciencia? Difundiendo la cultura de la luz: haciendo conscientes a los usuarios de que el diseño de iluminación, lejos de ser un lujo es una necesidad que debe ser cubierta para tener una vivencia adecuada del espacio, desde un punto de vista cuantitativo y cualitativo.
Finding light. Keith Williamson © CC – (elwillo en Flickr.com) 2015Long nights reading by candlelight. Kevin O’Mara © CC – (kevinomara en Flickr.com) 2012PKW_INF_Lesesaal_univie. Universitat Wien © CC – (univienna en Flickr.com) 2012