El arquitecto Louis Kahn decía “El sol no supo lo maravilloso que era hasta que sus rayos cayeron sobre la pared de un edificio”. Agregaría que el sol nunca supo lo maravilloso que era hasta que sus rayos cayeron sobre un objeto, y, bloqueados por su cuerpo material, proyectaron una sombra sobre el espacio. La luz no sólo se desenvuelve como fenómeno visual ante nuestros ojos, si no que es representación visual de lo no visual: está provista de contenido simbólico, psíquico e imaginario. Esta representación no está completa sin su opuesto, la sombra.
Si bien la luz está provista de un lenguaje inherente, la sombra también tiene el propio.
La luz nos habla desde una condición arquetípica del ser, de la presencia, de nuestra relación con la divinidad, con los cuerpos celestiales, del advenimiento de los dioses, de lo etéreo y puro.
La sombras también despliegan un lenguaje propio: nos comunican no tanto por lo que hablan, si no por lo que callan. Es un lenguaje silente, de la ausencia, de lo no presente, de lo que evade a nuestros ojos y nos seduce no tanto por lo que vemos, si no por lo que se oculta y dejamos de ver.
Es un lenguaje que se distingue por signos de pausa, de mesura, de reticencia y vacíos. Quizá la descripción del filósofo Jacques Derridá sobre el lenguaje nos puede acercar a esta idea:
“Lo que abre la posibilidad de pensar no es sólo la cuestión de ser, sino también la diferencia nunca anulada del “completamente otro”. Ese es el extraño “ser” del signo: su mitad siempre “no estando” y la otra mitad siempre “no eso”. La estructura del signo se determina por el rastro o la huella de eso otro que siempre está ausente. Por supuesto, el ser completo de ese otro nunca será encontrado”. Derridá, Jaques (1974).De la Gramatología.
“What opens the possibility of thought is not merely the question of being, but also the never-annulled difference from “the completely other.” Such is the strange “being” of the sign: half of it always “not there” and the other half always “not that.” The structure of the sign is determined by the trace or track of that other which is forever absent. This other is of course never to be found in its full being.”
Luz y sombra forman así una dialéctica: si la luz es la tesis la sombra su antítesis. De esta relación surgen analogías entre opuestos y dualidades que se despliegan ante el espectador:
La presencia – la ausencia
La claridad – la oscuridad
La vida – la muerte
El bien – el mal
Lo sagrado – lo profano
La virtud – el vicio
La realidad – la fantasía
Lo consciente – lo inconsciente
Allusión e illusión
Evocación e invocación
Una relación que a veces produce tensión: mientras más luz más sombras se manifiestan, desembocando en una ruptura dramática o un choque liminal. En otras ocasiones una se vierte en la otra; en una ambiguedad entre contenido y contenedor, luz y sombra se funden en la penumbra.
El arquitecto Sverre Fehn nos dice: “La creación de una sombra dispone el origen de un lugar”. “The creation of shadow constitutes the origin of place” La proyección de una sombra nos avía un espacio, un origen y contexto espacial. En ella buscamos un resguardo de la inclemencia del sol y una pausa a nuestro ir y venir. Su tránsito por el espacio y las formas que emergen, crecen y menguan hasta desaparecer nos sugieren el paso del tiempo.
Es así como las sombras nos otorgan el continuo espacio-tiempo. Nos dan la profundidad, nos gesticulan textura, relieve, densidad e intención.
Menciona Tanizaki que “la penumbra total siempre ha ocupado un lugar en nuestras fantasías”. “Pitch darkness has always occupied our fantasies”. En ella moran los fantasmas y los monstruos cuando somos niños. En el misterio de sus dominios depositamos todo lo que nos es ajeno o yace en lo más profundo de nuestro subconsciente. Las asociaciones que conjura nos acercan a un plano de lo visceral, de lo subliminal y la sensualidad. Su densa intimidad nos es sugerente, ese estado de constante ausencia y falta suscita a la añoranza, al deseo y a buscar en el tacto del otro lo que no encontramos en el vacío. Las sombras, entonces, se convierten en vehículo de nuestros impulsos y nuestros gozos.
Las sombras nos involucran en un juego entre dominador-dominado, nos seducen a la vez que nos evaden.
Tal como Peter Pan, que al sentirse incompleto sin su sombra, persigue a la silueta evasiva y errante que se despliega con una voluntad propia, y que de forma juguetona y voluble evade a la entidad que la origina. Si bien las llamamos nuestras sombras, estas nunca nos pertenecen, nunca logramos poseerlas del todo, su inmaterialidad se nos escapa entre los dedos.
Esa condición de doppelganger, del doble que anda, nos permite vivenciar terrenos de la alteridad. Invocan y nos abren una nueva dimensión y percepción de las cosas:
“La sombra ocurre a través de un gesto de desunión; lo otro aparece al desviarse de la percepción sensorial de un presente sin sombras”. “A shadow occurs through the gesture of disjunction-otherness makes an appearance by diverging from the sense perception of the unshadowed present”
Vivenciamos una representación del mundo natural y construido que se representa a sí mismo y que de forma fantasmal se desprende de su original, de su cuerpo material, reduciéndose a esencia para otorgarnos un mundo de ensoñaciones, de locura y fantasía que convergen con alquimia inquietante. Las siluetas que emergen de esta representación no son del todo como su original.
Las formas vaporosas y distorsionadas que producen las sombras nos introducen al terreno de la ilusión óptica. Hay una confusión en la penumbra donde las cosas son y a la vez no son. Cuando el sentido de la visión que hemos privilegiado se ve disminuido, los demás sentidos compensan para completar esa información de lo que no esta dado. Las cosas mismas no se nos revelan, si no que mantienen un juego con nosotros, nos crean anticipación y nos conducen al descubrimiento y la interpretación.
Junichiro Tanizaki reflexiona el interminable e insatisfecho afán del mundo occidental de expulsar a las sombras de sus escondites más recónditos y producir espacios diáfanos y excesivamente luminosos en pos de un progreso iluminado.
“El occidental progresista siempre se define desde la vela a la lámpara de aceite, de la lámpara de aceite a la de gas, de la de gas a la eléctrica; nunca hace a un lado su emprenda de encontrar una luz cada vez más brillante y no evita pena alguna para erradicar hasta la más mínima sombra.”
“The progressive westerner is determined always to from candle to oil lamp, oil lamp to gas light, gas light to electric light- his quest for a brighter light never ceases, he spares no pains to erradicate even the minutest shadow.”
Estos espacios, apologías a la pureza y la perfección, no sólo están desprovistos de sombras, si no que también las rechazan. Existe una vehemencia por la transparencia, de desvanecer bajo la luz voluminosa y desmesurada negando materialidad y tectónica. Tal y como una anoréxica niega su corporalidad, el mundo occidental fabrica espacios a dieta de sombras.
Esta dinámica espacial cae en la contradicción de desaparecer esa materialidad sobre-exhibiéndose y de esconder bajo la luz la sombra de lo imperfecto, lo irracional, lo amorfo y todo aquello que atenta contra la luz que limpia y purifica con celosa obsesión. Hay una preferencia por omitir lo que se oculta en las sombras, de negar el miedo a lo que desconocemos, de rehuir al paso del tiempo y al deterioro que nos marcan sus movimientos. Tememos a la muerte y de descubrirnos finitos entre las sombras.
En cambio Tanizaki nos expresa cómo las culturas orientales favorecen las sombras por que estas enriquecen nuestra vivencia espacial. Nos describe de forma poética la forma en que los rayos del sol, frágiles y moribundos, entran en una habitación y encuentran el reposo en la oscuridad. Esta vivencia de tales fenómenos nos lleva a contemplar los ciclos naturales de las cosas: la muerte de la luz y su metamorfosis entre sombras, reflejos de nuestros propios ciclos temporales.
Decía el psicólogo Carl Jung: “Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz, si no haciendo consciente la oscuridad”. Sin embargo, seguimos alimentando esa fantasía sacrificando las sombras y los cielos estrellados por medio del uso hiper-polarizado de la luz. Con este precepto la obra arquitectónica en su luminosa aspiración de perfección, se postula a sí misma como un dios que no admite contradicción alguna. Clausura su lectura y nos imposibilita mantener ese juego con los sombras, de interrelacionarnos y crear vínculos con nuestros espacios, de poder olerlos, saborearlos, sentirlos. La interpretación que les podríamos dar se ve saturada por el exceso de lo que es visible. La luz ha perdido su propósito noble de que las cosas mismas se nos revelen. Su función se reduce meramente a expulsar cualquier sombra, de denunciar la imperfección y a mantener la estatiscidad del tiempo. Es así como presenciamos la muerte del doppelganger y el triunfo de la represión de nuestros impulsos.